Os quiero contar una experiencia vivida en mi largo trajín de día a día que llevo en esta aventura transformadora llamada colportaje. Era de mañana y solamente estábamos en marcha Tony y yo hacia el lugar establecido para trabajar. El sol irradiaba nuestra cara con fuerza abrasadora, pero nuestros corazones estaban dispuestos a llevar las publicaciones. Comenzamos esa mañana con el pie izquierdo ya que varios lugares comerciales de nuestra zona ya habían sido colportados por un par de señoritas que seguramente no saben hasta donde va su territorio. En fin, la cuestión es que problemas como estos no podían derrumbar nuestro empeño de seguir adelante. Comenzamos a colportar una avenida larguísima que no estaba pavimentada y que no tenía muchas casas. Después de tocar un par de casas llegue hasta un hogar que servía de una pequeña lechería. Allí me recibió un grupito de varios niñitos acompañados por su madre, una mujer de apariencia sencilla. Hice la presentación tradicional como cualquier mensajero de esperanza y comencé a hablarle del proyecto que teníamos acerca de mejorar las familias y su calidad de vida. Antes de que pudiera continuar la señora comenzó a hablarme de su vida. Ella se había casado con un hombre un poco menor que ella y que ahora sufría mucho ya que él solo trabaja para irse a tomar cerveza todo el día. Entre lágrimas aquella señora me contaba que ella sola saca adelante a sus hijos con algunos trabajitos que realiza como la venta de leche. Me contaba que había días en que ni siquiera tenía para comer con sus hijos. Su esposo los trataba literalmente de basuras y que nunca se preocupaba por la educación de sus hijos. Hasta ese momento ya se me había quitado las ganas de presentarle el material de ayuda, no podía, esta historia parecía ser igual a muchas otras pero a la vez diferente a las normales. Estaba estupefacto ante el relato de aquella madre que con todas sus fuerzas trataba de no llorar, sus hijos al verla en esa condición se retiraron a jugar y hacer otras cosas. Fue entonces que empecé a animarla y darle palabras de aliento, le mencione a Dios y le dije que no importara si nadie le tomaba en cuenta porque Dios si lo hace, además la felicite por ser una madre coraje, pues a pesar de todas las penurias que había pasado seguía adelante y no se daba por vencida por las adversidades dolorosas que pasaba. Al hablarle de Dios ella reconoció que Él nunca la había desamparado en los momentos más difíciles que había vivido. Siempre de alguna manera ella tenía algo para darles a sus hijos. Continué hablándole de Dios y de cómo Él podía hacer que su vida cambiara para mejor, que su esposo podía cambiar y que sus hijos se serían más felices. Hice una promesa con ella, los dos oraríamos todos los días por su familia, ella se comprometió para hacerlo y oramos ese instante para que ella se pudiera sentir mejor. Fue una de las mayores experiencias que pude haber vivido ese día.
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